
Llega el momento de la premiación y tengo muchos sentimientos invadiéndome. Empiezan a mencionar los nombres de las patinadoras que subirán al podio. Solo aquellas diez que lograron las mejores performance serán las afortunadas. Me paralizo, a cada instante siento que la respiración se me entrecorta, escucho con atención. Inician con el puesto diez. Unos instantes más tarde escucho llamar a una de mis compañeras al tercer puesto, me siento caer, cada vez las posibilidades son menos. Repaso en mi cabeza mi puesta en escena y recuerdo mi caída. Nombran el segundo puesto, y pierdo las esperanzas, de manera casi instantánea me repito que el próximo año será mejor y tendré mi revancha. Me siento dispuesta a aflojar los cordones de mis patines para marcharme, cuando veo el gesto en la cara de mi entrenadora. ¿Llora? ¿Sonríe? No lo logro comprender. Nuestros ojos se encuentran y veo la emoción en ellos. Me hace señas con las manos y me apresuro a ir con ella, para que me de esa tan inesperada como alucinante noticia, quedo impactada. Las piernas me tiemblan, ansiosas por recorrer ese camino que me separa del sueño más buscado, más esperado.